27.11.03
Jueves Micro
Hay una plaza de piedra enfrente, con que poco uno trata de conformarse en el centro. Tiene dos o tres arboles cercados, cero pasto, palomas molestas y un destacamento policial, pero da algo de sol y corre un dejo de tranquilidad por sus pasillos, es buen lugar para bien gastar algunos minutos de esos que no sobran. Pero, bueno, salí y me encontré el diario de hoy, Pagina 12, me encanta ese diario, lo compro muy de vez en cuando y siempre que lo compro me repito que debería comprarlo mas seguido, y nunca lo hago. Quizas por eso me guste. Lo abri y hasta el NO estaba, el suplemento de música. Fue eso, un momento lindo, nada mas. Al rato ya corto el semafono, pasaron ambulancias, sirenas y cuando vi el primer patrullero volvi a la oficina.
25.11.03
JARDIN
UN TEXTO ANONIMO DE LA TRADICION DICE QUE CADA PERSONA, EN SU EXISTENCIA, PUEDE TENER DOS ACTITUDES.
CONSTRUIR O PLANTAR. LOS CONSTRUCTURES PUEDEN DEMORAR AÑOS EN SUS TAREAS, PERO UN DIA TERMINAN AQUELLO QUE ESTABAN HACIENDO. ENTONCES SE PARAN, Y QUEDAN LIMITADOS CON SUS PROPIAS PAREDES. LA VIDA PIERDE EL SENTIDO CUANDO LA CONSTRUCCION ACABA.
PERO EXISTEN LOS QUE PLANTAN. ESTOS A VECES SUFREN CON LAS TEMPESTADES, LAS ESTACIONES Y RARAMENTE DESCANSAN. PERO AL CONTRARIO QUE UN EDIFICIO, EL JARDIN JAMAS PARA DE CRECER. Y, AL MISMO TIEMPO QUE EXIGE LA ATENCION DEL JARDINERO, TAMBIEN PERMITE QUE, PARA EL, LA VIDA SEA UNA GRAN AVENTURA.
LOS JARDINEROS SE RECONOCEN ENTRE SI, POR QUE SABEN QUE EN LA HISTORIA DE CADA PLANTA ESTA EL CRECIMIENTO DE TODA LA TIERRA.
GABO
CONSTRUIR O PLANTAR. LOS CONSTRUCTURES PUEDEN DEMORAR AÑOS EN SUS TAREAS, PERO UN DIA TERMINAN AQUELLO QUE ESTABAN HACIENDO. ENTONCES SE PARAN, Y QUEDAN LIMITADOS CON SUS PROPIAS PAREDES. LA VIDA PIERDE EL SENTIDO CUANDO LA CONSTRUCCION ACABA.
PERO EXISTEN LOS QUE PLANTAN. ESTOS A VECES SUFREN CON LAS TEMPESTADES, LAS ESTACIONES Y RARAMENTE DESCANSAN. PERO AL CONTRARIO QUE UN EDIFICIO, EL JARDIN JAMAS PARA DE CRECER. Y, AL MISMO TIEMPO QUE EXIGE LA ATENCION DEL JARDINERO, TAMBIEN PERMITE QUE, PARA EL, LA VIDA SEA UNA GRAN AVENTURA.
LOS JARDINEROS SE RECONOCEN ENTRE SI, POR QUE SABEN QUE EN LA HISTORIA DE CADA PLANTA ESTA EL CRECIMIENTO DE TODA LA TIERRA.
GABO
Miedo
El miedo es mi compañero mas fiel, nunca me ha dejado para irse con otro.
Woody Allen. rlporta@hotmail.com
Woody Allen. rlporta@hotmail.com
Sociedad
La gran sociedad es una horda de refinados formada por dos potentes tribus: los q aburren y los aburridos.
Lord Byron.
Lord Byron.
19.11.03
Axolotl - Julio Cortazar
Hubo un tiempo en que yo pensaba mucho en los axolotl. Iba a verlos al acuario del Jardin des Plantes y me quedaba horas mir�ndolos, observando su inmovilidad, sus oscuros movimientos. Ahora soy un axolotl.
El azar me llev� hacia ellos una ma�ana de primavera en que Par�s abri� su cola de pavorreal despu�s de la lenta invernada. Baj� por el bulevar de Port-Royal, tom� St. Marcel y L�Hospital, vi los verdes entre tanto gris y me acord� de los leones. Era amigo de los leones y las panteras, pero nunca hab�a entrado en el h�medo y oscuro edificio de los acuarios. Dej� mi bicicleta contra las rejas y me fui a ver los tulipanes. Los leones estaban feos y tristes y mi pantera dorm�a. Opt� por los acuarios, soslay� peces vulgares hasta dar inesperadamente con los axolotl. Me qued� una hora mir�ndolos y sal�, incapaz de otra cosa.
En la biblioteca Sainte-Genevi�ve consult� un diccionario y supe que los axolotl son formas larvales, provistas de branquias, de una especie de batracios del g�nero amblistoma. Que eran mexicanos lo sab�a ya por ellos mismos, por sus peque�os rostros rosados aztecas y el cartel en lo alto del acuario. Le� que se han encontrado ejemplares en �frica capaces de vivir en tierra durante los per�odos de sequ�a, y que contin�an su vida en el agua al llegar la estaci�n de lluvias. Encontr� su nombre espa�ol, ajolote, la menci�n de que son comestibles y que su aceite se usaba (se dir�a que no se usa m�s) como el de h�gado de bacalao.
No quise consultar obras especializadas, pero volv� al d�a siguiente al Jardin des Plantes. Empec� a ir a todas las ma�anas, a veces de ma�ana y de tarde. El guardi�n de los acuarios sonre�a perplejo al recibir el billete. Me apoyaba en la barra de hierro que bordea los acuarios y me pon�a a mirarlos. No hay nada de extra�o en esto, porque desde el primer momento comprend� que est�bamos vinculados, que algo infinitamente perdido y distante segu�a sin embargo uni�ndonos. Me hab�a bastado detenerme aquella ma�ana ante el cristal donde unas burbujas corr�an en el agua. Los axolotl se amontonaban en el mezquino y angosto (s�lo yo puedo saber cu�n angosto y mezquino) piso de piedra y musgo del acuario. Hab�a nueve ejemplares, y la mayor�a apoyaba la cabeza sobre el cristal, mirando con sus ojos de oro a los que se acercaban. Turbado, casi avergonzado, sent� como una impudicia asomarme a esas figuras silenciosas e inm�viles aglomeradas en el fondo del acuario. Aisl� mentalmente una, situada a la derecha y algo separada de las otras, para estudiarla mejor. Vi un cuerpecito rosado y como transl�cido (pens� en las estuatillas chinas de cristal lechoso), semejante a un peque�o lagarto de quince cent�metros, terminado en una cola de pez de una delicadeza extraordinaria, la parte m�s sensible de nuestro cuerpo. Por el lomo le corr�a una aleta transparente que se fusionaba con la cola, pero lo que m�s me obsesion� fueron las patas, de una finura sutil�sima, acabadas en menudos dedos, en u�as minuciosamente humanas. Y entonces descubr� sus ojos, su cara. Un rostro inexpresivo, sin otro rasgo que los ojos, dos orificios como cabezas de alfiler, enteramente de un oro transparente, carentes de toda vida pero mirando, dej�ndose penetrar por mi mirada que parec�a pasar a trav�s del punto �ureo y perderse en un di�fano misterio interior. Un delgad�simo halo negro rodeaba el ojo y lo inscrib�a en la carne rosa, en la piedra rosa de la cabeza vagamente triangular pero con lados curvos e irregulares, que le daban una total semejanza con una estatuilla corro�da por el tiempo. La boca estaba disimulada por el plano triangular de la cara, s�lo de perfil se adivinaba su tama�o considerable; de frente una fina hendidura rasgaba apenas la piedra sin vida. A ambos lados de la cabeza, donde hubieran debido estar las orejas, le crec�an tres ramitas rojas como de coral, una excrecencia vegetal, las branquias, supongo. Y era lo �nico vivo en �l, cada diez o quince segundos las ramitas se enderezaban r�gidamente y volv�an a bajarse. A veces una pata se mov�a apenas, yo ve�a los diminutos dedos pos�ndose con suavidad en el musgo. Es que no nos gusta movernos mucho, y el acuario es tan mezquino; apenas avanzamos un poco nos damos con la cola o la cabeza de otro de nosotros; surgen dificultades, peleas, fatiga. El tiempo se siente menos si nos estamos quietos.
Fue su quietud lo que me hizo inclinarme fascinado la primera vez que vi a los axolotl. Oscuramente me pareci� comprender su voluntad secreta, abolir el espacio y el tiempo con una inmovilidad indiferente. Despu�s supe mejor, la contracci�n de las branquias, el tanteo de las finas patas en las piedras, la repentina nataci�n (algunos de ellos nadan con la simple ondulaci�n del cuerpo) me prob� que eran capaces de evadirse de ese sopor mineral en que pasaban horas enteras. Sus ojos, sobre todo, me obsesionaban. Al lado de ellos, en los restantes acuarios, diversos peces me mostraban la simple estupidez de sus hermosos ojos semejantes a los nuestros. Los ojos de los axolotl me dec�an de la presencia de una vida diferente, de otra manera de mirar. Pegando mi cara al vidrio (a veces el guardi�n tos�a, inquieto) buscaba ver mejor los diminutos puntos �ureos, esa entrada al mundo infinitamente lento y remoto de las criaturas rosadas. Era in�til golpear con el dedo en el cristal, delante de sus caras; jam�s se advert�a la menor reacci�n. Los ojos de oro segu�an ardiendo con su dulce, terrible luz; segu�an mir�ndome, desde una profundidad insondable que me daba v�rtigo.
Y sin embargo estaban cerca. Lo supe antes de esto, antes de ser un axolotl. Lo supe el d�a en que me acerqu� a ellos por primera vez. Los rasgos antropom�rficos de un mono revelan, al rev�s de lo que cree la mayor�a, la distancia que va de ellos a nosotros. La absoluta falta de semejanza de los axolotl con el ser humano me prob� que mi reconocimiento era v�lido, que no me apoyaba en analog�as f�ciles. S�lo las manecitas...Pero una lagartija tiene manos as�, y en nada se nos parece. Yo creo que era la cabeza de los axolotl, esa forma triangular rosada con los ojillos de oro. Eso miraba y sab�a. Eso reclamaba. No eran animales.
Parec�a f�cil, casi obvio, caer en la mitolog�a. Empec� viendo en los axolotl una metamorfosis que no consegu�a anular una misteriosa humanidad. Los imagin� conscientemente, esclavos de su cuerpo, infinitamente condenados a un silencio abisal, a una reflexi�n desesperada. Su mirada ciega, el diminuto disco de oro inexpresivo y sin embargo terriblemente l�cido, me penetraba como un mensaje: "S�lvanos, s�lvanos." Me sorprend�a musitando palabras de consuelo, transmitiendo pueriles esperanzas. Ellos segu�an mir�ndome, inm�viles; de pronto las ramillas rosadas de las branquias se enderezaban. En ese instante yo sent�a como un dolor sordo; tal vez me ve�an, captaban mi esfuerzo por penetrar en lo impenetrable de sus vidas. No eran seres humanos, pero en ning�n animal hab�a encontrado una relaci�n tan profunda conmigo. Los axolotl eran como testigos de algo, y a veces como horribles jueces. Me sent�a innoble frente a ellos; hab�a una pureza tan espantosa en esos ojos transparentes. Eran larvas, pero larva quiere decir tambi�n m�scara y tambi�n fantasmas. Detr�s de esas caras aztecas, inexpresivas y sin embargo de una crueldad implacable �qu� imagen esperaba su hora?
Les tem�a. Creo que de no haber sentido la proximidad de otros visitantes y del guardi�n, no me hubiese atrevido a quedarme solo con ellos. "Usted se los come con los ojos". me dec�a riendo el guardi�n., que deb�a suponerme un poco desequilibrado. No se daba cuenta de lo que eran ellos los que me devoraban lentamente por los ojos, en un canibalismo de oro. Lejos del acuario no hac�a m�s que pensar en ellos, era como si me influyeran a distancia. Llegu� a ir todos los d�as, y de noche los imaginaba inm�viles en la oscuridad, adelantando lentamente una mano que de pronto encontraba la de otro. Acaso sus ojos ve�an en plena noche, y el d�a continuaba para ellos indefinidamente. Los ojos de un axolotl no tienen p�rpados.
Ahora s� que no hubo nada de extra�o, que eso ten�a que ocurrir. Cada ma�ana, al inclinarme sobre el acuario, el reconocimiento era mayor. Sufr�an, cada fibra de mi cuerpo alcanzaba ese sufrimiento amordazado, esa tortura r�gida en el fondo del agua. Espiaban algo, un remoto se�or�o aniquilado, un tiempo de libertad en que el mundo hab�a sido de los axolotl. No era posible que una expresi�n tan terrible, que alcanzaba a vencer la inexpresividad forzada de sus rostros de piedra, no portara un mensaje de dolor, la prueba de que esa condena eterna, de ese infierno l�quido que padec�an. In�tilmente quer�a probarme que mi propia sensibilidad proyectaba en los axolotl una conciencia inexistente. Ellos y yo sab�amos. Por eso no hubo nada de extra�o en lo que ocurri�. Mi cara estaba pegada al vidrio del acurio, mis ojos trataban una vez m�s de penetrar el misterio de esos ojos de oro sin iris y sin pupila. Ve�a de muy cerca la cara de un axolotl inm�vil junto al vidrio. Sin transici�n, sin sorpresa, vi mi cara contra el vidrio, la vi fuera del acuario, la vi del otro lado del vidrio. Entonces mi cara se apart� y yo comprend�.
S�lo una cosa era extra�a; seguir pensando como antes, saber. Darme cuenta de eso fue en el primer momento como el horror del enterrado vivo que despierta a su destino. Afuera, mi cara volv�a a acercarse al vidrio, ve�a mi boca de labios apretados por el esfuerzo de comprender a los axolotl. Yo era un axolotl y sab�a ahora instant�neamente que ninguna comprensi�n era posible. �l estaba fuera del acuario, su pensamiento era un pensamiento fuera del acuario. Conoci�ndolo, siendo �l mismo, yo era un axolotl y estaba en mi mundo. El horror ven�a - lo supe en ese momento - de creerme prisionero en un cuerpo de axolotl, transmigrado a �l con mi pensamiento de hombre, enterrado vivo en un axolotl, condenado a moverme l�cidamente entre criaturas insensibles. Pero aquello ces� cuando una para vino a rozarme la cara, cuando movi�ndome apenas a un lado vi a un axolotl junto a m� que me miraba, y supe que tambi�n �l sab�a, sin comunicaci�n posible pero tan claramente.
O yo estaba tambi�n en �l, o todos nosotros pens�bamos como un hombre, incapaces de expresi�n, limitados al resplandor dorado de nuestros ojos que miraban la cara del hombre pegada al acuario.
El volvi� muchas veces, pero viene menos ahora. Pasa semanas sin asomarse. Ayer lo vi, me mir� largo rato y se fue bruscamente. Me pareci� que no se interesaba tanto por nosotros, que obedec�a a una costumbre. Como lo �nico que hago es pensar, pude pensar mucho en �l. Se me ocurre que al principio continuamos comunicados, que �l se sent�a m�s que nunca unido al misterio que lo obsesionaba. Pero los puentes est�n cortados entre �l y yo, porque lo que era su obsesi�n es ahora un axolotl, ajeno a su vida de hombre. Creo que al principio yo era capaz de volver en cierto modo a �l - ah, s�lo en cierto modo - y mantener alerta su deseo de conocernos mejor. Ahora soy definitivamente un axolotl, y si pienso como un hombre es s�lo porque todo axolotl piensa como un hombre dentro de su imagen de piedra rosa. Me parece que de todo esto alcanc� a comunicarle algo en los primeros d�as, cuando yo era todav�a �l. Y en esta soledad final, a la que �l ya no vuelve, me consuela pensar que acaso va a escribir sobre nosotros, creyendo imaginar un cuento va a escribir todo esto sobre los axolotl.
El azar me llev� hacia ellos una ma�ana de primavera en que Par�s abri� su cola de pavorreal despu�s de la lenta invernada. Baj� por el bulevar de Port-Royal, tom� St. Marcel y L�Hospital, vi los verdes entre tanto gris y me acord� de los leones. Era amigo de los leones y las panteras, pero nunca hab�a entrado en el h�medo y oscuro edificio de los acuarios. Dej� mi bicicleta contra las rejas y me fui a ver los tulipanes. Los leones estaban feos y tristes y mi pantera dorm�a. Opt� por los acuarios, soslay� peces vulgares hasta dar inesperadamente con los axolotl. Me qued� una hora mir�ndolos y sal�, incapaz de otra cosa.
En la biblioteca Sainte-Genevi�ve consult� un diccionario y supe que los axolotl son formas larvales, provistas de branquias, de una especie de batracios del g�nero amblistoma. Que eran mexicanos lo sab�a ya por ellos mismos, por sus peque�os rostros rosados aztecas y el cartel en lo alto del acuario. Le� que se han encontrado ejemplares en �frica capaces de vivir en tierra durante los per�odos de sequ�a, y que contin�an su vida en el agua al llegar la estaci�n de lluvias. Encontr� su nombre espa�ol, ajolote, la menci�n de que son comestibles y que su aceite se usaba (se dir�a que no se usa m�s) como el de h�gado de bacalao.
No quise consultar obras especializadas, pero volv� al d�a siguiente al Jardin des Plantes. Empec� a ir a todas las ma�anas, a veces de ma�ana y de tarde. El guardi�n de los acuarios sonre�a perplejo al recibir el billete. Me apoyaba en la barra de hierro que bordea los acuarios y me pon�a a mirarlos. No hay nada de extra�o en esto, porque desde el primer momento comprend� que est�bamos vinculados, que algo infinitamente perdido y distante segu�a sin embargo uni�ndonos. Me hab�a bastado detenerme aquella ma�ana ante el cristal donde unas burbujas corr�an en el agua. Los axolotl se amontonaban en el mezquino y angosto (s�lo yo puedo saber cu�n angosto y mezquino) piso de piedra y musgo del acuario. Hab�a nueve ejemplares, y la mayor�a apoyaba la cabeza sobre el cristal, mirando con sus ojos de oro a los que se acercaban. Turbado, casi avergonzado, sent� como una impudicia asomarme a esas figuras silenciosas e inm�viles aglomeradas en el fondo del acuario. Aisl� mentalmente una, situada a la derecha y algo separada de las otras, para estudiarla mejor. Vi un cuerpecito rosado y como transl�cido (pens� en las estuatillas chinas de cristal lechoso), semejante a un peque�o lagarto de quince cent�metros, terminado en una cola de pez de una delicadeza extraordinaria, la parte m�s sensible de nuestro cuerpo. Por el lomo le corr�a una aleta transparente que se fusionaba con la cola, pero lo que m�s me obsesion� fueron las patas, de una finura sutil�sima, acabadas en menudos dedos, en u�as minuciosamente humanas. Y entonces descubr� sus ojos, su cara. Un rostro inexpresivo, sin otro rasgo que los ojos, dos orificios como cabezas de alfiler, enteramente de un oro transparente, carentes de toda vida pero mirando, dej�ndose penetrar por mi mirada que parec�a pasar a trav�s del punto �ureo y perderse en un di�fano misterio interior. Un delgad�simo halo negro rodeaba el ojo y lo inscrib�a en la carne rosa, en la piedra rosa de la cabeza vagamente triangular pero con lados curvos e irregulares, que le daban una total semejanza con una estatuilla corro�da por el tiempo. La boca estaba disimulada por el plano triangular de la cara, s�lo de perfil se adivinaba su tama�o considerable; de frente una fina hendidura rasgaba apenas la piedra sin vida. A ambos lados de la cabeza, donde hubieran debido estar las orejas, le crec�an tres ramitas rojas como de coral, una excrecencia vegetal, las branquias, supongo. Y era lo �nico vivo en �l, cada diez o quince segundos las ramitas se enderezaban r�gidamente y volv�an a bajarse. A veces una pata se mov�a apenas, yo ve�a los diminutos dedos pos�ndose con suavidad en el musgo. Es que no nos gusta movernos mucho, y el acuario es tan mezquino; apenas avanzamos un poco nos damos con la cola o la cabeza de otro de nosotros; surgen dificultades, peleas, fatiga. El tiempo se siente menos si nos estamos quietos.
Fue su quietud lo que me hizo inclinarme fascinado la primera vez que vi a los axolotl. Oscuramente me pareci� comprender su voluntad secreta, abolir el espacio y el tiempo con una inmovilidad indiferente. Despu�s supe mejor, la contracci�n de las branquias, el tanteo de las finas patas en las piedras, la repentina nataci�n (algunos de ellos nadan con la simple ondulaci�n del cuerpo) me prob� que eran capaces de evadirse de ese sopor mineral en que pasaban horas enteras. Sus ojos, sobre todo, me obsesionaban. Al lado de ellos, en los restantes acuarios, diversos peces me mostraban la simple estupidez de sus hermosos ojos semejantes a los nuestros. Los ojos de los axolotl me dec�an de la presencia de una vida diferente, de otra manera de mirar. Pegando mi cara al vidrio (a veces el guardi�n tos�a, inquieto) buscaba ver mejor los diminutos puntos �ureos, esa entrada al mundo infinitamente lento y remoto de las criaturas rosadas. Era in�til golpear con el dedo en el cristal, delante de sus caras; jam�s se advert�a la menor reacci�n. Los ojos de oro segu�an ardiendo con su dulce, terrible luz; segu�an mir�ndome, desde una profundidad insondable que me daba v�rtigo.
Y sin embargo estaban cerca. Lo supe antes de esto, antes de ser un axolotl. Lo supe el d�a en que me acerqu� a ellos por primera vez. Los rasgos antropom�rficos de un mono revelan, al rev�s de lo que cree la mayor�a, la distancia que va de ellos a nosotros. La absoluta falta de semejanza de los axolotl con el ser humano me prob� que mi reconocimiento era v�lido, que no me apoyaba en analog�as f�ciles. S�lo las manecitas...Pero una lagartija tiene manos as�, y en nada se nos parece. Yo creo que era la cabeza de los axolotl, esa forma triangular rosada con los ojillos de oro. Eso miraba y sab�a. Eso reclamaba. No eran animales.
Parec�a f�cil, casi obvio, caer en la mitolog�a. Empec� viendo en los axolotl una metamorfosis que no consegu�a anular una misteriosa humanidad. Los imagin� conscientemente, esclavos de su cuerpo, infinitamente condenados a un silencio abisal, a una reflexi�n desesperada. Su mirada ciega, el diminuto disco de oro inexpresivo y sin embargo terriblemente l�cido, me penetraba como un mensaje: "S�lvanos, s�lvanos." Me sorprend�a musitando palabras de consuelo, transmitiendo pueriles esperanzas. Ellos segu�an mir�ndome, inm�viles; de pronto las ramillas rosadas de las branquias se enderezaban. En ese instante yo sent�a como un dolor sordo; tal vez me ve�an, captaban mi esfuerzo por penetrar en lo impenetrable de sus vidas. No eran seres humanos, pero en ning�n animal hab�a encontrado una relaci�n tan profunda conmigo. Los axolotl eran como testigos de algo, y a veces como horribles jueces. Me sent�a innoble frente a ellos; hab�a una pureza tan espantosa en esos ojos transparentes. Eran larvas, pero larva quiere decir tambi�n m�scara y tambi�n fantasmas. Detr�s de esas caras aztecas, inexpresivas y sin embargo de una crueldad implacable �qu� imagen esperaba su hora?
Les tem�a. Creo que de no haber sentido la proximidad de otros visitantes y del guardi�n, no me hubiese atrevido a quedarme solo con ellos. "Usted se los come con los ojos". me dec�a riendo el guardi�n., que deb�a suponerme un poco desequilibrado. No se daba cuenta de lo que eran ellos los que me devoraban lentamente por los ojos, en un canibalismo de oro. Lejos del acuario no hac�a m�s que pensar en ellos, era como si me influyeran a distancia. Llegu� a ir todos los d�as, y de noche los imaginaba inm�viles en la oscuridad, adelantando lentamente una mano que de pronto encontraba la de otro. Acaso sus ojos ve�an en plena noche, y el d�a continuaba para ellos indefinidamente. Los ojos de un axolotl no tienen p�rpados.
Ahora s� que no hubo nada de extra�o, que eso ten�a que ocurrir. Cada ma�ana, al inclinarme sobre el acuario, el reconocimiento era mayor. Sufr�an, cada fibra de mi cuerpo alcanzaba ese sufrimiento amordazado, esa tortura r�gida en el fondo del agua. Espiaban algo, un remoto se�or�o aniquilado, un tiempo de libertad en que el mundo hab�a sido de los axolotl. No era posible que una expresi�n tan terrible, que alcanzaba a vencer la inexpresividad forzada de sus rostros de piedra, no portara un mensaje de dolor, la prueba de que esa condena eterna, de ese infierno l�quido que padec�an. In�tilmente quer�a probarme que mi propia sensibilidad proyectaba en los axolotl una conciencia inexistente. Ellos y yo sab�amos. Por eso no hubo nada de extra�o en lo que ocurri�. Mi cara estaba pegada al vidrio del acurio, mis ojos trataban una vez m�s de penetrar el misterio de esos ojos de oro sin iris y sin pupila. Ve�a de muy cerca la cara de un axolotl inm�vil junto al vidrio. Sin transici�n, sin sorpresa, vi mi cara contra el vidrio, la vi fuera del acuario, la vi del otro lado del vidrio. Entonces mi cara se apart� y yo comprend�.
S�lo una cosa era extra�a; seguir pensando como antes, saber. Darme cuenta de eso fue en el primer momento como el horror del enterrado vivo que despierta a su destino. Afuera, mi cara volv�a a acercarse al vidrio, ve�a mi boca de labios apretados por el esfuerzo de comprender a los axolotl. Yo era un axolotl y sab�a ahora instant�neamente que ninguna comprensi�n era posible. �l estaba fuera del acuario, su pensamiento era un pensamiento fuera del acuario. Conoci�ndolo, siendo �l mismo, yo era un axolotl y estaba en mi mundo. El horror ven�a - lo supe en ese momento - de creerme prisionero en un cuerpo de axolotl, transmigrado a �l con mi pensamiento de hombre, enterrado vivo en un axolotl, condenado a moverme l�cidamente entre criaturas insensibles. Pero aquello ces� cuando una para vino a rozarme la cara, cuando movi�ndome apenas a un lado vi a un axolotl junto a m� que me miraba, y supe que tambi�n �l sab�a, sin comunicaci�n posible pero tan claramente.
O yo estaba tambi�n en �l, o todos nosotros pens�bamos como un hombre, incapaces de expresi�n, limitados al resplandor dorado de nuestros ojos que miraban la cara del hombre pegada al acuario.
El volvi� muchas veces, pero viene menos ahora. Pasa semanas sin asomarse. Ayer lo vi, me mir� largo rato y se fue bruscamente. Me pareci� que no se interesaba tanto por nosotros, que obedec�a a una costumbre. Como lo �nico que hago es pensar, pude pensar mucho en �l. Se me ocurre que al principio continuamos comunicados, que �l se sent�a m�s que nunca unido al misterio que lo obsesionaba. Pero los puentes est�n cortados entre �l y yo, porque lo que era su obsesi�n es ahora un axolotl, ajeno a su vida de hombre. Creo que al principio yo era capaz de volver en cierto modo a �l - ah, s�lo en cierto modo - y mantener alerta su deseo de conocernos mejor. Ahora soy definitivamente un axolotl, y si pienso como un hombre es s�lo porque todo axolotl piensa como un hombre dentro de su imagen de piedra rosa. Me parece que de todo esto alcanc� a comunicarle algo en los primeros d�as, cuando yo era todav�a �l. Y en esta soledad final, a la que �l ya no vuelve, me consuela pensar que acaso va a escribir sobre nosotros, creyendo imaginar un cuento va a escribir todo esto sobre los axolotl.
17.11.03
Tali.
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Tali.
Bajó las escaleras tán rapido como pudo. Cada escalon se le escurrió bajo su zapatillas jadeantes como si fueran cocodrilos dormidos. Atrás, los ruidos del pasillo, la perseguían. Ecos. La puerta del aula 23, cerrada, guardaba a todos adentro, todos menos una. Murmullos se convertían en voces y voces en gritos. La noticia prosperaba eléctrica. Eso no se debia haber hecho, eso es una locura. Que raro, un chica tan sana, tan callada. Algo le habrá pasado, todos sabemos que raros son sus padres, como la tratan. Igual tenemos que agarrarla, aleccionarla, el colegio tiene responsabilidad sobre ella, ante su formación, apresarla antes que haga una locura. Otra...
Tali ve la puerta abierta, la calle, la seguridad inflingida, el sol de la plaza, la tarde, la libertad, la voz de su interior, ya no volver. Por la ventana del aula, la miran correr, lo que quedan la llenan de palabras extrañas, de una baba dulce, de un inédito respeto. Tali salió, Tali está curada. Viste, podía hacerlo.
RLP -rlporta@hotmail.com
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Tali.
Bajó las escaleras tán rapido como pudo. Cada escalon se le escurrió bajo su zapatillas jadeantes como si fueran cocodrilos dormidos. Atrás, los ruidos del pasillo, la perseguían. Ecos. La puerta del aula 23, cerrada, guardaba a todos adentro, todos menos una. Murmullos se convertían en voces y voces en gritos. La noticia prosperaba eléctrica. Eso no se debia haber hecho, eso es una locura. Que raro, un chica tan sana, tan callada. Algo le habrá pasado, todos sabemos que raros son sus padres, como la tratan. Igual tenemos que agarrarla, aleccionarla, el colegio tiene responsabilidad sobre ella, ante su formación, apresarla antes que haga una locura. Otra...
Tali ve la puerta abierta, la calle, la seguridad inflingida, el sol de la plaza, la tarde, la libertad, la voz de su interior, ya no volver. Por la ventana del aula, la miran correr, lo que quedan la llenan de palabras extrañas, de una baba dulce, de un inédito respeto. Tali salió, Tali está curada. Viste, podía hacerlo.
RLP -
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L7D
Dale Salida, si algo te importa más que tu vida.
Richard Coleman - Los 7 Delfines.
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Richard Coleman - Los 7 Delfines.
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