
El chico entró, no sabía si mirar alrededor o si seguir apuntando al piso para que al menos él no se escapara. Había olor a madera en el bar, por lo menos algo se ponía de su lado. Por la ventana un colectivo se iba dejando olas en el cordón de la vereda, y alguien más se iba, alguien más. Madera noruega, hubiera sido otra a su favor si hubiera tenido 5 o diez años más, pero no los tenía y esa canción le sonaba solamente bonita. Y pacífica. Y la puerta estaba lejos ya, y hubiera gastado miles por que su mente tambien estuviera lejos, bien lejos. Pero no tenía miles, tenía miedo. La chica volvió y lo vió ahí parado, y pensó en llamarlo. El tenía los hombros vencidos, los brazos vencidos y aunque no se le vieran, sus ojos tambien vencidos. Ella pensó en una canción de vencedores y supo que no lo llamaría, supo que iba a irse rápido y que esas olas en el cordón la llevarían lejos, bien lejos, así liviana, liviana.
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