
Me cuesta recordar con claridad. Si hasta no miro caras nuevas para seguir recordando la tuya. Tu cara, sí, tu cara. Tu cara se debatía contra la mañana, contra un sueño inextinguible. Tu cara era la afirmación de la belleza entre todas esas cosas. Ya lo se, me es imposible evitarlo ahora, qué sentido tendría creerte real si desde el instante en que bajaste las escaleras y te perdiste entre la gente te convertiste en algo más, en mucho más quizás. Sos más alta ahora, seguro no lo sabías. Sos más hermosa y más, cómo decirlo, más perfecta: tu olor son todos los olores hermosos, tu voz cada canción que amo, tus palabras -las que dijiste y las que después inventé yo saliendo de tu boca- son las soberbias frases de mi libro más querido. Así sos, creciste.
No te creas que no te busqué para decirtelo, para mantenerte al tanto de lo diferentes que nos estábamos poniendo y de cúanto nos habíamos alejados -nosotros, los tán similares-, vos para arriba y yo para abajo, vos cada vez más angel y yo... Es casi obseno pensar en posar mi mano en tu piel intacta, ya casi una utopía cada sueño mío que te tiene como protagonísta. Te busqué varias veces más. No llevo la cuenta. Traté de olvidarla para no alimentar mi verguenza, ya no quiero seguir perdiendo centímetros. Me extrañó no encontrarte nunca en las adyacencias de tu trabajo o de tu facultad o tomando el mismo subte a la misma hora en el mismo vagón, la misma puerta ¿La puerta del infierno? Algo así. Nunca dudé de tus palabras, te creí tanto como mi memoria me lo permitió. Te amé tanto como mi piel me lo permitió. Tan tirante llegó a ponerse, tan tensa... Para qué contarte el dolor de no tenerte, la abstinencia al desearte, la furia ciega de merecerte.
No te procupes, ya no pienso en matarte. Por un tiempo lo tuve decidido, encontrarte en el azar de la vida e ingresarte en la certeza de la muerte. A veces uno tiene que encontrarle soluciones a las cosas. Si hasta tengo la daga en casa, en el cajón de la mesita de luz. No te preocupes, ya no pienso en eso. Cambiar la piel me ayudó, ya no sos parte de mi cuerpo. Se puede decir que te exorcise. ¡Una pequeña victoria? Sí, algó así.
¿Te digo algo más? Lo último. Nunca es tarde para confesarse, decía mi tía: No fuiste la única. No. No lo fuíste. Hubo varias. Tengo pruebas. Cuando vengas a casa y empujes la puerta del pasillo, cuando entres y camines hasta el fondo con tu paso lento, vas a ver el jardín de atrás, al final del caminito de lozas. Ahí tengo las pruebas: mi jardín de estatuas, y en bronce cada una de ustedes, bonitas y soberbias, gigantes, perfectas y silenciosas.
RLP rlporta@hotmail.com
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