
Ayer, pasando por la Plaza Once, vi mucha gente juntandose. Ya tenía decidido ir a ver in sutu el desasatre Cromagnon así que fui. No fue un una acto morboso, sólo trataba de compartir la sensación de todos ellos. No sé porque pero desde el mismo minuto en que pasó me siento muy cerca. Varias veces había pensado en ir a Cromagnon, por Cemento, por Chaban, para conocer, por la música principalmente. Y por mi indecisión nunca fuí. Mirando la TV me decía: yo pude ser uno.
Había una hora pactada, una marcha convocada, de Cromagnon al congreso, y faltaban 45 minutos. De a poco todo se iba llenando. Parientes, sobrevivientes, curiosos, periodistas y cámaras de TV. Me acerqué a las caras, quise escucharlos hablar, respirar su bronca, entender sus miradas. Un padre escribía en un papel un deseo, alguien juntaba esos deseos y los pegaba a globos negros. Los globos negros estaban todos sujetos, esperaban su turno para volvar juntos. Me acerqué a la reja que impide acercarse al boliche. Ví las fotos, las caras dibujadas, las frases, las remeras. Fetiches cada uno, objetos de una generación desangelada. Había cansancio, decepción, furia pacífica o contenida. Miles de preguntas, una sensación a irrealidad, a mal sueño. Al principio nadie me pareció triste, muchos reían en grupo, pintando remeras, repartiendo volantes, insignias de la marcha. Adentrandome me dí cuenta que no era así. Los entendí hartos ya de llorar a sus hijos, muertos de morir con ellos trataban de hacer algo. Estando ahí ya hacían algo. Culpables, pienso, se convirtió para ellos en una palabla imprecisa, difusa. Justicia pedían, no pedían a sus hijos de vuelta. Justicia pedían, no un imposible.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario