
P1: El hombre se apoya contra el respaldo del asiento del tren, usa unos lentes cuadrados y una inflada campera (recordar: 20 grados) verde impermeable con la que sin saberlo limpia los vidrios empañados de la puerta. Lleva el pelo largo y lacio, y una barba profusa que tiene tiene coladas todas las canas que no le salieron arriba o que no se molestó en disimular. Tiene una cara alargada y extraña por lo flaca. Observarlo me produce una sensación ambigua. Entre sacra y rebelde. Según como le pegue el sol creo estar en frente a Cristo o Kurt Cobain, a eso me refiero. Es una de las contadas caras que recuerdo cuando la veo.

P2: Sentado en el primer asiento de la izquierda, el asiento simple, no el doble, un hombre dormita. Es morocho. Nadie le discutiría que se dirige a su trabajo, quizas en una fabrica o la portería de algún edificio viejo de retiro. Aunque también podriá ser de mantenimiento o algo así. Tiene la mirada tosca, manos fuertes y usadas, y pelo oscuro peinado de prepo con raya al costado, algunas canas.
Nunca me bajé del tren por algo así, ni por un chorro cercano, ni por un sudoroso mastodonte, ni por un borracho charlatán. Sin embargo, cuando este hombre comienza tosiendo y termina lloriquenado ruidosamente, no puede evitarlo.
En fín, uno en el Sarmiento se aburre si quiere.
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