5.5.09

Gancho



Buenos Aires debe tener en el aire algo, algo que incita. Incita a andar volando, a imaginar. No por nada siempre fue cuna de hechos artísticos destacados. Eso pienso, o mejor dicho eso me hace pensar el aire matinal de la Recoleta mientras camino mirando esos paredones que parecen ser eternos. Es como si siempre hubieran estado ahí, desafiantes, inexpugnables. Algo en el musgo, en la humedad, en todas estas veredas rotas y salpicadas de árboles centenarios. No te olvido dice un graffiti. Es rara la mezcla de sensaciones, y estando en la espalda del cementerio mas intenso y vivo de los alrededores, me es imposible no pensar en la muerte.
No me olvides, es una frase que no dura para siempre. Y el No me olvides alguna vez caduca. Y el olvido, efectivamente, olvida. Y, como de personas se trata, los olvidados pasan a otro plano.
Hablemos de ese plano pero agreguémosle un condimento, si se me permite: la muerte.
La muerte es un hecho inevitablemente importante en la vida de una persona. Es el punto donde la vida deja de llamarse vida, que alguien me diga que no es importante entonces. La muerte. Así. Fuerte, precisa. Como el punto final. Y es importante tanto como para el vivo como para el muerto. Marca el punto exacto en que el vivo se separa del muerto para siempre. O hasta que la muerte los reúna llegado el momento en la eternidad o donde fuere. Entonces, la pregunta es: cómo juega el olvido en todo este juego.
Alguien dice, el vivo en la mayoría de los casos: No te olvidaré nunca. Y pasa. Algunas personas nunca olvidan. El recuerdo en estos casos actúa como un gancho que evita que le muerto se vaya para siempre. Se aferran ambos a ese gancho y el muerto se queda un poco vivo, viviendo su plácida muerte en un rinconcito de la memoria de alguien que lo amó.
Pero no siempre es así. El olvido actúa erosionado por la intempestuosa realidad y la resistencia cae. El muerto entonces es olvidado por el mundo. Y el gancho…se desengancha.
Qué sucede con el alma muerta. Ese será el adiós definitivo? Le dolerá en donde antes tenía un corazón? Al alma muerta le interesará ser recordada y quedarse un poco de este lado de las cosas pendiendo del famoso gancho del ser amado? O encontrará el alma algún otra alma –también muerta- que la acompañe en el nuevo camino de la famosa muerte? Se enojara el muerto con el vivo o sentirá alivio de no volver a verlo por un largo tiempo?
Esas eran las preguntas que me rondaban cuando paseaba pegado a esos paredones centenarios. De más está decir que obtuve puras conjeturas pero ni una respuesta coherente. No me frustré. Con el solicito lindo, con la brisa artística de la afrancesada BiEy en la cara y con este benévolo otoño en la piel yo me juego, dije, y dictaminé: Al muerto no le importamos una mierda. Amen.

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