4.3.10

Y entonces llega el momento en que te vas. Repetido y previsible momento. Solo que -y he aquí la sorpresa- siempre es imposible no sentirme así de mal, ya técnicamente imposible por lo visto el esquive y humanamente insufrible además hacerse el distraído o el indiferente. Intenté con varias técnicas, para qué negarlo. Me avergüenza decirte que me pongo a pensar en bebidas frescas o en un alfajor de dulce de leche a la salida como si pudiera cambiarte por hábitos glotones y mucha mucha azúcar. Entonces qué. Para buscar sanar, no responder a tu despedida, es la primera decisión que tomo. Como si en esa ligera venganza recobrar algo de la piel que te estas llevando sirviera de algo.

Me levanto, me hago mate, hago el esfuerzo de mirar el sol desde la ventana y me siento en el baño esperando que pase otra cosa. A veces pienso que si alguien me concediera un deseo yo no sabría que pedir. Naufrago entonces y continúo haciendo tiempo. Esquivo mi imagen del espejo. Escucho el random en mi ipod y no reconozco la canción que suena. Me cambio de tema. Seguramente llegará el fin de semana a tiempo. Pero vuelvo a vos. Te pienso bajando las escaleras o reflejada en la vidriera y deshago mis imágenes antes de que me devoren. Hasta dónde tendré que caminar hoy para ducharme de esta sensación a desgarro.



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