19.5.04
Paz
Subí al tren y me acomodé al lado de la puerta, apoyado contra el vidrio para ver desandarse el Oeste. Arrancó, estaba lleno pero no tanto como para quejarse, y era rápido. El tren, no yo. Eso está claro. El sol de la mañana se asomaba desde la derecha, las sombras se arrinconaban adentro, amenazadas. En los tres asientos que podía ver sin esfuerzos había lindas chicas, bien arregladas, olores agradables. Me sentí bien al verlas. Tenía la cabeza llena de ideas y un libro. Me decidí por el libro, y enseguida me arrepentí. Las ideas pugnaban con urgencia. Saqué la libreta, la birome verde y tracé varias incongruencias. Nada bueno. Pasaron las estaciones, las ideas perdieron forma, se hicieron difusas y poco llamativas. Pensé en el libro, Julio me miraba desde su caricatura lampiña. Terminaba el tema 3 de un disco viejo de Pulp que no recuerdo el nombre. Levanté la vista y las chicas ya no estaban. La gente ahora sentada ahí usaba ropas marrones y grises. La General Paz nos pasó por encima.
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