
Hoy me encontré con una amiga que hacía mucho no veía. Nuestros padres eran amigos de siempre con lo cual nos tocó pasar muchas horas juntos en nuestra infancia/adolescencia. Hablando de todo un poco nos acordamos de una quinta a la que nos invitaban unos familiares. Volvieron a mi muchas sensaciones arrumbradas. La quinta tenía de todo salón de juegos, pileta, vestuarios, solarium, cancha de tenis y lo mejor para mi -inocente pibe, proyecto de buen jugador de futbol- era la canchita. Pasto intacto, lineas marcadas con cal, arcos con redes tirantes, luces a los costados, palos en los corners. Todo. Lo que más recuerdo de esa quinta es la sensación al pasto. Su olor, su textura, ese verde intenso, esas ganas de correrlo todo, de no cansarse nunca, la caricia a la pelota, el movimento como en el billar, el ruido de la mañana, el rocio de la mañana, el humo del asado colandose por un costado, el eco de nuestras voces contra la pared de pinos, la traspiración, la picazón del revolcón, la delicia de la jugada perfecta, el centro, el cabezazo, las piruetas con pretension de chilena, los pases en cortada, los amagues, la gambeta. La sensación del pasto, así fueron aquellos dias.
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