24.3.06

30 años del golpe de Estado en la Argentina

Tengo dos recuerdos de esa epoca, recuerdos que confirman que las cosas que nos suceden de chicos nos marcan para siempre. No tengo claro cúal sucedió primero. Empiezo por el de la escuela sólo porque tengo que empezar por alguno.




-1-

Me imagino que sería primer grado, al menos estaba en una aula que daba a la Avenida Nazca y esa era un aula que siempre fué de primero. Era una mañana fría, o por lo menos era una mañana de temor y me cuesta asociar al temor con el calor del sol. El tráfico, su ruido, entraba por la ventana como cualquier día, sin embargo de un momento a otro el ruido cambió.
Fue tan rápido que pasó todo que ni cuenta me dí. No se como hizo la maestra pero en un segundo todos estabamos agachados y callados, escondidos bajo las mesas con las rodillas en el piso de madera y quietos como estátuas. El miedo no es tonto y los ruidos que entraban por la ventana exigían eso, una atención, un sentimiento que no podíamos entender, una sensación nueva y poderosa, fea, como estar parado desnudo en medio de una habitación vacía y oscura, sin nadie a quien llamar.
Eran disparos esos ruidos. No lo sabíamos en ese momento, y pasaron años de asociaciones para que yo llega a la conclusión correcta. Un enfrentamiento, una muerte, un secuestro; palabras estrenos en nuestros diccionarios infantiles y sin embargo palabras a la que nos tendríamos que (mal)acostumbrar.
No tengo verguenza de no haber entendido lo que pasó aquella mañana en la puerta de mi colegio. Yo era chico. Lo que no puedo entender es porqué muchos de los grandes que me rodeaban tampoco entendían. Nunca se entiende lo que no se quiere entender. Quizás estaban viendo la telenovela.




-2-

Asomado a la ventana podía ver el monoblock de enfrente. En cada entrada, pilas de libros esperaban ordenados que alguien las recogiera. Mucha gente se movía, entraban y salían, parecían apurados, todos miraban a su alrededor como vigilando que nadie los viera. Algunos hablaban fuerte, otros callaban.
La casa de mi abuela quedaba a 6 monoblocks de mi casa, un depto en un monoblock idéntico a ese, era un camino que lo hacía decenas de veces cada día. Sin embargo ese era un día especial.
Salí a la calle, ahora que lo pienso debía ser sábado porque mi mamá estaba en casa y yo quería ir con ella por alguna razón. No se si mi abuela me dió permiso o si me escapé. Lo cierto que me encontré en la calle en medio de un montón de uniformes que en mi vida había visto, en medio de un clima extraño que convertía a ese lugar, mi barrio, en una especie de territorio sitiado, en un campo de batalla que coincidía con el parque de siempre donde estaban los arboles que solía trepar. Había tanquetas y carros de asalto cubriendo la entrada al barrio, era un operativo, una redada. Algo organizado porque grupos de 4 o 5 uniformados entraban en simultaneo por esas puertas por las que yo solía frecuentar buscando amigos para salir a jugar a la pelota o para colarnos a Velez a ver la nueva cancha.
Iba ingenuamente tranquilo a pesar de todo, caminaba rumbo a casa casi distraído cuando uno me paró y me gritó: nene, qué hacés en la calle. O tal vez, nene rajá a casa! O algo así. No recuerdo las palabras justas, me acuerdo el tono. La mueca de la orden que con esos labios congeniaba. Dí media vuelta y casi corriendo volví a casa de mi abuela sintiendome chiquito, muy chiquito. Ya no seguí mirando por la ventana. Ellos se fueron un rato después. Se fueron cargados.
Era una mañana de sol en Liniers, y el estadio de Velez, el vecino famoso, relucía orgulloso esperando la fiesta que llegaría por la tarde. Apenas se fueron ellos, cientos de chicos empezaron a repartir banderas de papel. De Suecia y de España. Y el gordo Muñoz invitaba por radio al mundo entero al pais más pacífico y libre del mundo.

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